Normalmente los emprendedores nos lanzamos al océano empresarial sin tener muy claro dónde nos estamos metiendo.
Sabemos trabajar nuestro servicio o producto, conocemos a los clientes, a los proveedores y tenemos el carisma necesario (o eso pensamos) para que todo vaya sobre ruedas. Pero, de forma generalizada, descuidamos uno de los pilares básicos del emprendimiento: el diseño y la ejecución de proyectos.
Llevar muchos años trabajando en un sector te capacita como buen profesional, pero no necesariamente como buen empresario. Es por ello que muchos emprendedores recurren a agencias externas para que les diseñen un un plan de empresa. Esto no es más que una guía, normalmente a tres años vista, de las posibles acciones a implementar dependiendo de los escenarios que aparezcan, para maximizar las posibilidades de éxito de un producto o servicio. Y es que, como ya dijimos, nueve de cada diez startups no llegan al tercer año de vida.
Sin embargo, esta guía teórica no sirve de nada si no está bien implementada. Según la revista Fortune, el 70% de las estrategias que fallan se debe a una mala ejecución del proyecto y no a un mal diseño del mismo.
No es sencillo ejecutar un plan de empresa adecuadamente. Si somos una empresa pequeña, lo normal es que los árboles nos impidan ver el bosque y estemos más centrados en el trabajo del día a día que en la estrategia a largo plazo. Es normal llegar a la errónea conclusión de «si trabajo duro a diario tendré que obtener buenos resultados». Por otro lado, en una gran empresa es muy difícil romper con el status quo: otorgar nuevos roles y tareas a los empleados suele funcionar durante los primeros días, pero es muy normal ver como todo vuelve al cauce anterior a las pocas semanas.
¿Qué debemos hacer entonces? Nuestros consejo es tener siempre a personal externo controlando los cambios y ayudando a que se ejecuten. Esto se debe mantener, al menos, hasta que dichos cambios dejen de ser una novedad.